domingo, 11 de julio de 2010

Un hoyo dentro de otro hoyo

Atraidos por el haz de luz
los insectos se consumen
en el fondo del jardín
la luz que buscan los destruye,
otros sueñan con escapar
y se adentran en la sombra
pero habran de hallar su fin
en una mantis religiosa.
La Barranca - Rendición



Ciudad Juárez es una tumba, una tumba polvosa y fría, una tumba colectiva, Juárez es el lugar ideal donde los sueños mueren apenas son expresados, mueren al extremo del clima, al calor que agusana las heridas en minutos, al frío que congela los huesos.

1998, casi una década de recuerdos ajenos, viviendo sobre la ola que se fue a romper aquella noche después de que los días se fueran tan rápido que el sol era ajeno a mis ojos, noches a pie y sobre cansadas bestias, noches sin alas, con el cuervo atorado en el pecho, yo era entonces un hoyo a donde daba miedo asomarse, no por el vacío sino por el reflejo, daba miedo conocerse, había de huir y me aventé con los ojos cerrados, lejos de mí mismo arrastrándome a mí mismo, llevándome mi abandono, era un hoyo dentro de otro cuando llegue a Juárez, me fui a vivir a una casa sin ventanas, sin puertas para salir, donde los alacranes bajaban de las paredes, alacranes negros que yo mismo hacía cada noche y guardaba en mi boca por las mañanas, para buscar el calor de la ciudad la caminé en medio de sus nevadas, me hice de una piel azul que aún conservo, me hice de un arma que aún cargo, magnum 357 con cañón recortado, con la que una vez le volé la cabeza al tigre que cargaba en mi espalda. ¿A quién mataste?, me preguntaban los juarenses, a mí mismo, les contestaba con las manos llenas de sangre, cada noche con el cañón de la pistola apuntando a mi cabeza recordaba quién era yo antes de adentrarme a la sombra y decidí regresar una día sin que nadie me viera, sin que nadie ya recordara el rechinar de mis dientes, el enloquecedor dolor de la abstinencia.

Volví un día como hoy hace 10 años, soy el mismo.

sábado, 3 de julio de 2010

Pateando lunas en la casa de los espejos

El Distrito es una ciudad que visito con mucho gusto, me encanta el caos y ahí lo encuentras bajo la nata gris que sobrevuela sus edificios. Llegar e instalarnos en la casa de los espejos que comandaba el gran Julio, gato cuasi humano al que sólo le faltaba hablar y beber contigo, el resto lo hacía desde sus ojos brillantes, siempre teniéndonos lástima por ser tan humanos.

El motivo de viajar era muy simple, estrechar manos y abrazar cuerpos que sólo tan lejos podías encontrar. La casa de los espejos era mujer, mujer por donde la vieras, yo tan extraño ahí como un mal que llega sin anunciarse, me hice de un sillón y un remedio para la tos, que si no te la quita se te olvida, y el olvido es algo que me asusta tanto como el recuerdo de no tener el recuerdo fresco, de tratar de que alguien ahí, donde se multiplican las sombras tenga que recordarte que pasó aquella noche donde volando por Reforma vi un ángel tan dorado que me sacó de la memoria sus alas, tan alta que pude haber querido ir a besarle los pechos oxidados.

Llegando al lugar de los sacrificios, ahí donde la herida sería abierta, mientras hacía fila, salió el león de mi pecho y las lunas que sostenían el lugar las fui derribando a patadas. El lugar no cayó, porque la sangre es muy espesa y la salva, quise conocer sus entrañas y me pasee por sus tripas, vi el escenario desde arriba y me aventé a un público imaginario que no me cachó, pero me quedé dormido esperando que llegaran los demás. Mientras las botas pasaban sobre mi cuerpo yo soñaba que un grupo de ángeles me mecían con un riff de guitarra gibson, justo antes del estallar de luces en el escenario recobré mi cuerpo y pude ver el final de dos horas atravesadas por palabras que parecían navajas, todos sangramos, pero todos fuimos felices.

Al día siguiente todavía tuvimos la suficiente cordura para caminar por el animal herido que es la ciudad buscando direcciones falsas, por pura intuición y como guiados por demonios llegamos a una casa donde nos esperaban los amigos de la herida de la noche anterior y los pascuales, ¿pascuales? Después de un déja vù de carnes asada a la chilanga, regresamos a Torreón con el recuerdo intacto y unas cuantas lágrimas que prometían volver a las tripas de la vida, al intenso sonar del esqueleto, al reventar de tímpanos y a la risa chimuela y triste de la desesperante vida que no nos alcanza para decir ¡salud!

Amén.